La poesía de Adán Méndez está repleta de silencios y, a la vez, equipada de un humor sinuoso que astilla los versos en ráfagas vibrantes. Cazador recolector es un libro delicadamente separado en zonas climáticas: la parcela descarnada y prescindente de “Fragmentos completos”, las postales ciegas de “Visión de Penco”, la festiva riqueza rítmica de “Posibles canciones”. Méndez escribe con un jadeo de supervivencia, con melancolía irisada, con humor ladino. El libro resulta la manufactura de un artesano que conoce el peso y la espesura de cada palabra, que se desliza con pericia por todos los registros y hace malabares de métrica perfecta, munido de un oído de puma, oreándose con dominio de jinete por todas las formas de la poesía.