Ni la mente es un espejo de la realidad, ni la mejor manera de explicar la construcción de la inteligencia es recurrir al sujeto escindido entre comunicación por un lado y cognición por el otro, ni la psicología puede seguir volviéndole la espalda al objeto en su complejidad pragmática reduciéndolo al --desde nuestro punto de vista mal llamado-- «mundo físico». Más bien los objetos se usan, sirven para hacer cosas en el mundo y acaban por convertirse en referentes gracias a los procesos comunicativos que tienen lugar entre los niños y las niñas y las personas que los rodean. Por tanto, es preciso vincular al objeto con los signos desde el principio del desarrollo psicológico. La tríada adulto-niño-objeto se convierte así en la unidad mínima que la psicología tiene que considerar para comprender el origen del pensamiento en el niño.