Hay que recordar puntualmente a la iglesia que sus raíces y antecedentes están en sus orígenes judíos. Las raíces de nuestra fe son lo que realmente nos permite comprender el Antiguo Testamento, así como una buena parte de la Nuevo Testamento. Los cristianos tienen una conexión indefectible con el “olivo” de Israel. La raíz del olivo es lo que nutre los sarmientos de los creyentes gentiles. Nunca se debe pensar que buscar y conocer nuestras raíces judías, se convertirá en un ejercicio de judaísmo, menos de proselitismo judío. Los cristianos forman hoy una imponente cultura y fe, de la cual debemos estar orgullosos. El verdadero peligro para el cristiano es des judaizar las Escrituras, porque nos alejaría de nuestras raíces y en consecuencia deforma nuestra fe. Un área de interés hoy es analizar cómo la Iglesia contextualiza su fe y estilo de vida al pasar de una cultura a otra. Los cristianos deben aprender a aplicar el mensaje bíblico (judío) a la cultura en la que viven. El mejor ejemplo de la comunicación intercultural es el apóstol Pablo; él llevaba el mensaje bíblico de su fuente judía a la cultura griega, sin distorsionar su significado original. Pablo estaba singularmente preparado para hacer esto por lo siguiente: ( 1 ) sabía cómo seleccionar pasajes de los poetas griegos que también son válidos bíblicamente; y ( 2 ) Pablo tenía una comprensión de la filosofía griega, y entendía su cultura a tal grado que podía contextualizar el mensaje de la Escritura preservando la correcta posición bíblica (judía). Por tanto, nuestro trabajo como cristiano debe ser interpretar el judaísmo como la raíz de nuestra fe; esto demostrará que estamos nutridos con la vida y vigor del pueblo judío. Como dijera el destacado teólogo judío Abraham Heschel, “la iglesia necesita considerarse una extensión del judaísmo”. Esto traería un mejor entendimiento de la Escritura.