En Erízase una vez... (libro edificante seguido de breve colofón), José Carlos Vargas, consagrado escultor, se expresa a través de una plástica de carácter irreverente y de un acendrado espíritu lúdico, donde sus dibujos apelan e invocan a las imágenes del inframundo, a las tinieblas y a las pesadillas. Por su parte, Luis Fuentes, eterno aprendiz y lector curioso, realiza una heterodoxa interpretación, en la que la palabra atraviesa el lienzo y se nutre con el ánimo profano del arte oscuro y sensual de Vargas. Siempre a la luz de la tradición horaciana, Vargas y Fuentes —en el reconocimiento de que la poesía es pintura que habla; y la pintura, poesía muda— aúnan dos disciplinas con la viva ilusión de crear un estereograma de figuras y palabras, de conceptos y colores, de vinculaciones grotescas y misterioso erotismo, de intuiciones semánticas y oscuros parajes, de formas mitológicas y ambiguas reflexiones expresadas en un lenguaje por momentos grávido, anacrónico y gongorista, que la mirada del atento lector sabrá disfrutar.