Son varias las constantes de la narrativa kafkiana. En primer lugar, el sentimiento de agobio ante el dominio providencial del progenitor. Tal sentimiento se extiende y proyecta a las jerarquías. Todos sus relatos, todas sus novelas son una sorda mención de las interminables jerarquizaciones, de las direcciones, de las monarquías que carecen de principio y de fin, pero que gravitan eternamente sobre las espaldas de sus personajes. En segundo lugar, su obra gira sobre la infinitud tiempo-espacial frente a la finitud del hombre y de sus armas. En tercer lugar, trata sobre la falta de salidas para las situaciones de los hombres. Sus muñecos trabajan, se especializan, cumplen órdenes, se sacrifican sin jamás ver la culminación de sus esfuerzos. Queda siempre en ellos la sensación de que no han concluido nada, de que todo es una cadena interminable que los ata indisolublemente. En cuarto lugar, presenta situaciones absurdas, ilógicas, impredecibles, pero de brutal intensidad. No existen personajes equilibrados en la obra kafkiana. Kafka es la anti-égloga. Todos sus hombres son tarados: tarados material o espiritualmente. Verdaderos muertos que caminan.El presente libro es un discurrir por los senderos sellados de la melancolía, un mural en el que aparecen todos los elementos que en nuestra sociedad desencadenan la alienación.