La lectura nos regala la posibilidad de elegir a nuestros contemporáneos. Nos permite así suspender la tiranía del tiempo. Leyendo aplazamos, mientras aprendemos a vencer, la aterradora simpleza de la muerte. Esta fracción de eternidad nos permite a la vez cobrar conciencia de la época, en un nosotros en el que, por un momento quizás, atisbamos nuestro destino inmortal.