La obra de Carmen Iriondo es un mundo abierto, que parece ser la condición de su modernidad. Se ofrece a la lengua cotidiana, a lo ancilar de un habla. Y a la vez se retira corno una marea que deja en la arena el poder de su elipsis. (...) Su mensaje en Tilinga es una provocación: lo feo es lo bello de lo feo de Chesterton, no lo feo absoluto. Lo bueno es el misterio laberíntico que no se deja captar en sus primeros destellos. Y así progresa su obra, una odisea riquísima en cambios, en distorsiones, en firmas que van del alejandrino primero al verso atonal de algunos de sus registros últimos —de los cantos para niños con la rémora preciosa de la rima, hasta poemas descosidos, descoyunturados, que harían la gloria de John Cage y de John Ashbery. - Arturo carrera'